jueves, 5 de noviembre de 2015

Se puso malita

Cuando B estaba recién nacida, quien era su pediatra dijo que la alimentara a libre demanda, pero que no dejara que pasara tres horas sin comer, ni le diera antes de una hora. Aunque yo me había informado bien sobre lactancia materna, seguía drogada y vulnerable y le hice caso, aun oyendo llorar de hambre a mi niña, porque pedía comer más o menos cada cuarenta minutos. Eran veinte minutos terribles, cada vez. Se fue resignando a que no le daríamos sino pasado el tiempo estipulado y se desnutrió. No sobran jamás esos miles de mensajes de: "mamás, sigan su instinto". Sé que no existe el "instinto materno" como tal, pero sí la intuición, sí la sabiduría evolutiva, sí la capacidad de sacar conclusiones lógicas cuando has entendido algo y ves que agua más harina te da engrudo.

El médico, en realidad, no era displicente en cuanto a la salud de B; pero no estaba actualizado en el tema de la lactancia. Su prevención era indicar complementar con fórmula si la niña se quedaba con hambre y con esa lógica se habría ido al traste nuestra lactancia. Aquel fue el primer llanto de "me pasa algo malo"; al menos lo pasó en brazos y con mucho apapacho. Me apena cómo tuvo que rendirse. (Sobre su nutrición: cambié de pediatra, consulté a mi asesora de lactancia y se puso remedio.)

Hace poco, tuvo febrícula. Una gripita de nada que nos dio miedo. Las calenturas de los niños me traen a la mente historias de bebés a los que prácticamente se les coció el cerebro. La verdad es que empezó a estar calientita sin otros signos y cuando le medíamos a temperatura, juzgábamos que esa medida era "normal" y nos despreocupábamos. Unas tres veces pasó eso; a veces estaba llorando, pero la consolaba, se dormía y yo muy campante porque había descartado que hubiera que cuidarle lo caliente. Hasta que una mañana se me hizo que algo estaba mal. Le mencioné a mi madrina lo que el termómetro decía y se me subió algo caliente al pecho, a mí: tenía febrícula y había que tener cuidado. Qué tanto entendiera yo que la febrícula en sí misma no es una enfermedad y que no es fiebre, no tiene importancia. Igual tuve miedo. Fue una noche por demás estresante, de estarla bañando y revisando. Supongo que es muy de papás primerizos, pero hay que agregarle que mi mamá, una vez bañó a mi hermanita con agua fría para bajarle la calentura y la niña entró en shock. La anécdota se cuenta como algo muy simpático, porque mi mamá, que entró a bañarse con ella, salió sin ropa a la calle y así, sin ropa, llegó al hospital. Pero es gracioso a la distancia; una mujer con su bebé en brazos, gritando desesperada, no es nada gracioso, en realidad.

Gracias a Dios, a B se le pasó, pero qué pena sus llantitos lastimeros, largos, como cansados.

Y está el llanto de ayer.

Ya en la recta final de las vacaciones en mi rancho, se empezó a poner un poco llorona de tanto en tanto, con llantito de sentirse mal. Podía ser cualquier cosa: estábamos en un lugar más frío y se constipaba un poco por la noche; empezó a tomar un medicamento para el reflujo que según yo la pone irritable; se alteraron sus tiempos de sueño con actividad diferente a la de siempre; está en edad de que venga en camino su primer diente; la ablactación le estaría cambiando la digestión y según todos, una manzana entera es demasiado para un bebé. Con ese antecedente llegamos a casa, antier por la noche, luego de un día de viaje. Hubo quien dijo que los bebés se alteran simplemente por viajar, y también hay que pensar que llegó a la normalidad de la atención que le brindan dos personas, después de estar rodeada de la atención de muchos otros. Andaba chiplona. Me fui con ella a cortarme el cabello, y se armó la de Dios es Cristo. Incluso no quiso mi teta. Mi teta: remedio de todo mal. Mi teta que siempre fue consuelo, calmante y el chupón perfecto. De ahí en delante, la tarde se fue poniendo más complicada, con breves momentos de pausa para que comiera; ella, por supuesto, porque a mí no me dejó comer desde el desayuno. Era raro: cuando llegó su papá se estuvo tranquila un rato con él, y luego volvía al llanto desconsolado; decidimos buscar un médico, pero en cuanto salimos a la calle, volvió a calmarse; no sé si los ratos de calma eran del tamaño de los ratos de llanto, pero todo el proceso fue abrumador.

Pasé la primera parte de la tarde pidiéndole que por favor, ya no llorara, y para la segunda parte, me sentía muy culpable por pedirle algo en función de mi necesidad y fuera de su alcance. Su papá, que fue un sol cuando llegó, me pidió de la manera más atenta, que la próxima vez que la vea diferente-mal por largo rato, la lleve al médico sin esperar, y me entró culpa por no haberlo hecho, ni haber llamado a la pediatra temprano. Pero ya pasó. Nadie nace sabiendo. Mi madrina nos dijo a larga distancia que podía ser la pancita y que le diera espaven, que fue mano de santo. Estoy muy cansada, me atrasé en el trabajo, la casa está más caótica que ayer, pero B hoy está como si nada, y soy feliz por eso.

Silvia Parque

2 comentarios:

  1. Me alegro de que ya esté bien. Cuando los bebés enferman es un horror. Yo por eso no puedo con la guardería en la que enferman todo el tiempo.
    Un beso

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    1. Gracias, Matt. Sí que es un horror. Claro que debe poder muchísimo que enferme un hijo de cualquier edad, pero con los bebés es tan penoso que no puedan decir nada, ni señalar siquiera dónde les duele -si es que les duele-.
      Yo trabajé en guardería, y pues sí que hay que asumir que habrá bichitos pasando de niño a niño.
      ¡Un beso!

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