lunes, 12 de enero de 2015

Hombres trabajando

Están colocando la instalación de gas en donde vivo. Eso implica dividir la cocina en cocina y patio, construyendo una pared.

Las incomodidades son menores, pero se acumulan, y se viven más porque se acumulan los días. Primero: el tiradero. Una puede tener todo tirado, pero de su propio tiradero; el tiradero por causas ajenas a una, es chocantito. Luego: las puertas abiertas. Los trabajadores necesitan entrar y salir, por lo que la puerta a la calle pasa largo rato abierta, con lo que entra el frío y la privacidad brilla por su ausencia: el interior de la casa queda a la vista para el mundo, pero además, en cualquier momento aparece un hombre u otro en mi panorama visual. Por último está la distancia entre la expectativa y la realidad. Supongamos que nunca quedó bien claro en qué plazo terminarían, pero otras cosas sí se dijeron con claridad y no están siendo: que no dejaría de tener una ventana en la cocina, que no retirarían la regadera eléctrica hasta que estuviera lista para usarse la regadera normal (conectada al agua caliente del boiler).

Esta mañana tuvieron que quitar la electricidad por un rato, así que tuve que dejar de usar la computadora cuando se le terminó la batería. Con la casa vuelta al revés, habría sido bueno que me pusiera a recoger, pero no es inspirador mientras el material de construcción sigue entrando y se siguen oyendo martillazos... más un extraño sentido del pudor, que me impide hacer cosas como lavar el baño, habiendo desconocidos por ahí.

Ejercito mi capacidad de adaptación.

Silvia Parque

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