Meto la mano entre el cabello, hago pasar las yemas de los dedos por la cabeza; separo los dedos, saco la mano que queda llena de cabellos y se desata la compulsión: si lo vuelvo a hacer, querré más.
Me gusta que salgan completitos, aunque casi inevitablemente oigo que alguno o varios se rompen, y me entristezco. Junto un montón de cabellos arrancados que a veces llega a un tamaño de susto.
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