domingo, 3 de junio de 2012

Turismo librero

Hace unos trece años exploré el Durango alrededor de un hotel. Caminaba rápido, como si alguien me hubiera estado esperando en un lugar al que me dirigiera, como si en caso de retrasarme no me fueran a esperar los del grupo con el que viajaba.

Pasé por una tienda de carteles, un lugar de enmarcados y una librería. Creí que había visto la foto del señor que estaba atendiendo, en un artículo de la revista Fronteras. Creí que el local olía a ratón, aunque hasta la fecha no sé como huele un ratón -algo ácido, un poco como orina evaporándose-.

Había muchos libros, pero no tenía dinero y creía que no tenía tiempo.

Silvia Parque

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