martes, 6 de septiembre de 2011

Al rato ya no es lo mismo

Leo "El rey de hierro", de Maurice Druon; el primer tomo de la serie Los reyes malditos (Javier Vergara Editor, 1981). La portada de mi ejemplar es lindísima, en azul brillante con flores de lis doradas, enmarcando la imagen de un rey que debe ser Felipe El Hermoso. Las letras del título, igual de doradas que las florecitas, están sobresaltadas, dando el gusto de sentirlas. Es un novelón para entretenerse fácil, con la gracia de acabar de enterarle a una de los datos históricos que debió aprender en la escuela.

Voy en la segunda parte de tres que componen el libro; como soy de un cursi romanticismo popular, estoy vulgarmente intrigada con las pasiones de la nobleza europea; aún así me detuve y regresé a la parte uno, para compartir esta frase: "Las dificultades que son aliciente de un naciente amor resultan intolerables cuando han transcurrido cuatro años; y a menudo la pasión muere por lo mismo que la provocó" (capítulo 5, p. 72). Que ni qué...

Un amigo me dijo que cuando se está enamorado, los defectos del otro aparecen como algo atrayente o, al menos, simpático. Pero el enamoramiento es como una borrachera, así que tiene que pasarse o una se vuelve un poco yonkie... decíamos, pues, él y yo, que pasado el trance, el peso del amor da una dimensión manejable a los defectos del otro; sobre todo porque son opacados por las virtudes percibidas. Puede ser que las personas maduras lleguen a una visión realista, relativamente objetiva, de su amado(a). El problema es que lo malo se note más que lo bueno -sea o no más, efectivamente-; lo triste es que lo malo sean esos mismos defectos que eran simpáticos o hasta atrayentes.

Silvia Parque

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